“Todavía no se han enterado de que están al descubierto. Que la gente sabe lo que pasa”
Mónica Oltra 19 FEB 2013 – 21:29 CET
Cuando decidí escribir este artículo el título iba a ser Sobre la gran patronal. Al día siguiente la SER hizo público el pago en negro a los trabajadores de sus empresas por parte del vicepresidente de la CEOE, Arturo Fernández, y añadí unos sobres más al título.
Todo esto venía porque todavía no he podido digerir las palabras del presidente de la gran patronal, Joan Rosell, en las que afirmaba que en España sobraban 400.000 funcionarios y que era mejor recluirlos en sus casas que dejarlos haciendo fechorías en la oficina gastando papel y boli, esas peligrosas herramientas del Estado. Con estas declaraciones hizo gala el representante de los grandes empresarios españoles de su profundo conocimiento de la Administración Pública. Obvia por supuesto, que son empleados públicos quienes nos curan cuando nos ponemos enfermos, quienes educan a nuestros hijos, quienes nos cuidan cuando somos mayores, dependientes o necesitamos ayuda económica… Claro que igual el señor Rosell dice esto porque su médico es privado, sus hijos —si los tiene— estudiaron en universidades privadas y colegios convenientemente confesionales y nunca va a necesitar ayuda económica porque no piensa depender de nada ni de nadie. Es posible. Pero no debería perder de vista el ínclito representante que si un infortunio —dios no lo quiera— provocara que su coche se hiciera papilla contra un kamikaze en la carretera, las personas que le sacarían del amasijo de hierro, las que le atenderían para salvarle la vida, las que investigarían, acusarían y juzgarían al malhechor, serían todas ellas funcionarios.
Pensaba el señor Rosell que tal acto de soberbia y desprecio hacia aquellos que nos facilitan nuestra vida cotidiana iba a quedar impune, pero la realidad al día siguiente le estropeó la fiesta de consignas del ideario neoconservador “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” y “por eso hemos de reducir el gasto público”, para revelarse de manera descarnada como ejemplo de los verdaderos problemas de este país. La gran patronal como corrompedor necesario en la corrupción política y económica, como agente principal del fraude al fisco y la evasión de capitales. Esa gran patronal cuyo representante máximo es Joan Rosell. Nada he oído decir en estos últimos meses al señor Rosell sobre la trama de Gao Ping que facilitaba el fraude y evasión fiscal a 200 familias de la oligarquía española. Nada sobre el encarcelamiento de su antecesor Díaz Ferrán, sí, el gran empresario que sostenía que había que trabajar más y cobrar menos, aunque nunca le oí decir que había que robar más para trabajar menos, la verdad. Nada sobre el hijo del antecesor de su antecesor detenido por blanqueo de capitales, fraude fiscal e insolvencia punible. Por cierto, de la empresa Teconsa. ¿Les suena? Efectivamente: Gürtel, apartado Visita del Papa o exPapa, no estoy segura. Nada sobre el dinero negro a los trabajadores, ni sobre la investigación por falsedad documental a su vicepresidente, Arturo Fernández. Nada.
Todavía no se han enterado que están al descubierto. Que la gente sabe lo que pasa. Sabe que cuando se les paga en negro a los trabajadores es para evitar el pago de cotizaciones o esconder el verdadero volumen de negocio. Sabe que la reforma laboral es para despedir mejor y más barato —bueno, esto ya lo sabe hasta Jesús Sepúlveda— y no para mejorar el empleo. Sabe que detrás de los pelotazos urbanísticos, cohechos, malversación de fondos públicos, tráfico de influencias…, hay políticos corruptos, pero también empresarios beneficiados corrompedores. Sabe que el problema no es lo que cuesta la sanidad, la educación, la justicia, los servicios públicos, sino la evasión de ingresos a las arcas públicas de los ricos. Sabe que pagan más impuestos los pequeños que los grandes.
Y como la gente sabe todo esto, cada vez resultan más ridículas las explicaciones inverosímiles, los titulares de pacotilla de los panfletos a sueldo, las consignas repetidas para que parezcan verdad de los miembros del Gobierno, de los dirigentes del PP, de representantes de la banca o de la gran patronal. Nadie les cree porque la gente sabe, sabe mucho, sabe más de lo que ellos creen cuando actúan seguros de que pueden convencer a alguien con sus fábulas.
La gente sabe. En realidad siempre ha sabido. Entonces, ¿qué ha cambiado? Pues que mucha gente empieza a saber que no tiene nada que perder. Y esta certeza mueve montañas. Porque esta certeza es más poderosa que el miedo.